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Un tipo pesado

Foto del escritor: LagartopiaLagartopia

Por Nicolás Cerdeira | @cerdeiranico


Siempre supuse que Juan Marcos era un tipo muy detallista. Cuando íbamos a la secundaria cada vez que quería llamar a alguien lo nombraba por sus dos nombres y apellido compuesto. “Camilo José Harguindegui Gutiérrez, ¿Me prestarías el lápiz por favor?”. Juan Marcos no tenía otra definición que ser pesado.



De chico le decíamos “relojito”, porque los más grandes siempre lo tomaban para la chacota en los recreos y le preguntaban cada dos minutos qué hora era. “Son las 10 horas 33 minutos 47 segundos. Quedan exactamente seis minutos con 13 segundos para finalizar el recreo”, nos informaba a todos cada vez que alguien le preguntaba.


Relojito era de esos personajes que nunca faltan en la escuela. Yo no sé si algún día se dio cuenta que la mayoría de los amigos que tenía, se acercaban a él para que lo ayuden en las tareas escolares. Él era súper inteligente y preciso. Una vez le corrigió un ejercicio a Mercedes, la profesora de matemáticas. Todo el curso aplaudió a Juan Marcos cuando este obligó a la seño, a través de cálculos, a darle la razón.


Creo que fue ese el disparador para que relojito se crea mucho más de lo que era. No sólo se desarrollaba de manera esplendida sobre las cuentas, la biología y la física, algo totalmente lejano y ajeno a la mayoría de los chicos de primaria, sino que también tenía un fanatismo por discutir cosas sin importancia.


Así fue durante todo el periodo escolar. Una vez estuvo horas peleando con la profesora de literatura tratando de hacerla entender que era inútil seguir usando las tildes, los puntos, y las reglas gramaticales en general. La docente no sabía qué más decirle para que Relojito se calmara y poder continuar la clase. Ese día fue divertidísimo. Perdimos un montón de clases y zafamos de entregar los trabajos que debíamos.


Algo de esa discusión me quedó grabado. Cuando la profesora le dijo a Juan Marcos que las reglas gramaticales existen y hay que usarlas, él le respondió:

- No todo lo que existe está bien planteado. Hay muchas cosas del día a día equivocadas, como el tiempo, lo que vale un minuto, el valor de la moneda, lo que pesa un kilo –

- ¿¡Lo que pesa un kilo!? – Interrumpió ferozmente la profesora – Por favor, Juan Marcos, hay cosas que son así y están aceptadas ¿Por qué no discutís algo que valga la pena a futuro?

La clase se quedó callada después de ese tenso cruce, pero al instante volvió todo a la normalidad: relojito discutía y yo me tiraba papeles con mis otros amigos.


Siempre me sorprendió el deseo de cuestionarse las cosas por parte de Juan Marcos. Un día le pregunté por qué era que lo hacía. Le pedí que me dé una explicación, algo que me ayude a entenderlo. Él, fiel a su soberbia intelectual me contestó que yo no era capaz de entender lo que él quería para el mundo en base a cuestionar las cosas cotidianas.


Ese día lo noté ofendido y a modo de disculpas le regalé un reloj de maya negra y base blanca. Juan Marcos se quedó feliz. “Ahora se justifica más que me digan relojito”, me dijo riendo y se fue.


En el correr de mi vida me crucé con un montón de personas como Juan Marcos. Gente que creo que está muy aburrida como para plantearse cuándo va a ser el fin del mundo, discutir si la tecnología en los deportes ayudaría, tratar de adivinar cuánto gana un malabarista callejero o un limpiavidrios. Es que simplemente me causa rechazo el querer discutir hasta el último detalle.


Hace poco conseguí un trabajo en un portal de noticias donde mi función era buscar hechos periodísticos de curiosidad. Allí me encontré, nuevamente, con un montón de relojitos súper raros. Uno había descubierto que si ponés agua caliente en la hielera el hielo se hace más rápido. Otro compartió que si dejas el mate cebado en la heladera tarda más en lavarse.


Existían una infinidad de noticias que no tenía sentido y no modificaban nada a la existencia humana. Cada vez que leía o encontraba alguna trataba de aplicar lo que me había dicho Juan Marcos en la primaria “No todo lo que existe está bien planteado. Hay muchas cosas del día a día equivocadas, como el tiempo, lo que vale un minuto, el valor de la moneda, lo que pesa un kilo”.


Pero no podía. Era mucho más fuerte que yo el reírme e imaginarme a la gente pensando en que sus descubrimientos eran importantes.


Un día como cualquier otro de trabajo me llegó una noticia sobre un joven argentino que logró que se revea cuánto verdaderamente pesaba el kilo basándose en un montón de datos y cuentas que yo soy incapaz de entender. Automáticamente largué la risa y le comenté a mi compañero. “Este tipo sí que es re pesado”, le dije entre carcajadas. Verdaderamente lo era ¿Qué utilidad tenía esa investigación? Quizás mucha porque era reconocida a nivel mundial según indicaba la información.


Seguí la rutina de reírme. No entendía ninguno de los argumentos ni la importancia que tenía esa propuesta, pero reía sin pensarlo. Hasta que llegué a la foto del investigador que impulsaba el cambio. Me quedé repentinamente mudo mirando la pantalla. Creo que mi amigo me preguntó si estaba bien, no lo recuerdo. Me costó mucho retomar la lectura y la concentración. Fue realmente impactante ver que aquel investigador tenía puesto un reloj de maya negra con base blanca, uno exactamente igual al que yo usé durante toda la secundaria. “Verdaderamente Juan Marcos es un tipo pesado”, le dije a mi compañero, “pero que importante fue que no haya dejado de discutir nunca”.

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