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Más o menos lo mismo

Foto del escritor: LagartopiaLagartopia

Ficción || Por: Nicolás Cerdeira Barberena | @cerdeiranico



Me levanté como cualquier otro día. Para mí no era más que eso. Elegí vestirme con un jean azul, zapatillas grises y una remera bordo. Mientras revolvía mi ropa encontré la casaca de Talleres de Córdoba, me agarró melancolía y decidí llamar a mi mamá que estaba allá para ver cómo está después de tanto tiempo.


Me atendió emocionada porque hace mucho que no hablábamos, me contó que estaba bien, me preguntó si yo estaba ansioso o nervioso.


- ¿Por qué voy a estar así, mamá? Para mi hoy es un día normal- le contesté al instante.

- Acá los noticieros dicen que es un día importantísimo. No sólo para ustedes, sino para toda Latinoamérica, ¿No lo estás viviendo así?- rebatió mi madre.

- ¡Pero no! No es tan así, allá los medios exageran todo, como siempre. Acá el clima es normal. Es más, te diría que es casi festivo, de la misma manera que lo vivimos allá en el 2015, ¿te acordás?- traté de que mi mamá se calme. La notaba muy nerviosa.

- Sí. Me acuerdo, fue muy lindo. Pero allá es distinto, hijito, me tenés que creer. Las personas tienen que tener cuidado, hoy escuché a un periodista de acá que decía que lo que elijan hoy va a determinar el futuro de incluso, hasta nosotros. Por favor, tené mucho cuidado en qué elegís. Además la radio dice que lo del voto electrónico es peligroso, que lo pueden hackear y manipular los datos- insistía mi madre eufórica.

- Mirá, mamá. Lo que estás escuchando es lo mismo que escuchás cada cuatro años. Allá fue igual. Sabes que no me importa este tema de las elecciones, para mí son todos iguales. Yo estoy bien, dudo que pase algo tan transcendental como se dice allá. Y si pasa… bueno, veremos cómo solucionarlo.

- Bueno, pórtate bien y pensá bien a quién elegís, es importante en serio. Chau.- y me cortó sin seguir mediando palabras.


Mi mañana siguió igual que la de todos los domingos. Desayuné, me cambié y salí a correr. Si hay algo que me maravilla de Brasil es que a todas horas hay personas haciendo deporte. Me cambié el jean y las zapatillas y salí a la vereda a comenzar mi rutina.


Corrí dos cuadras y vi algo distinto a lo de siempre. Sentía que los comentarios que me había dicho mi mamá me perseguían cuando escuché a dos señoras mayores hablando de que los dos candidatos querían cortar la corrupción de raíz, pero me llamó más la atención cuando uno se refirió a uno de los dos como capaz de reducir los ministerios para que todo sea más transparente. Me llamó la atención la charla, pero mis pasos apurados habían logrado que el oído deje de meterse en otras conversaciones.


A las dos cuadras siguientes vi un gran cartel de protesta que pedía que lo que es del Estado, siga siendo del Estado, no entendí muy bien a qué se refería, pero me acordé algo de YPF cuando todavía vivía en Argentina.


Seguí por mi camino sin preocuparme mucho por lo que estaba pasando en las calles. Decidí ponerme los auriculares y seguir corriendo 15 minutos más para completar mi rutina. Pero algo me perturbó. Un hombre que pedía monedas tenía entre sus piernas un cartel que decía: “Todavía puedo vivir algo digno… El que siga así depende de vos”. No logré explicarme esta referencia, pero comencé a darme cuenta que ese domingo no era uno tan normal como yo quería hacérmelo creer.


El cansancio mental hizo que dejé de correr y que volviera a casa, fatigado. Al volver me sucedió lo que a nadie le deseo. La calle estaba vacía, yo tenía mi celular en el bolsillo y en mi cuello colgaban unos auriculares que me había costado mucho conseguirlos.


Cerca de mi casa frenó una moto que llevaba a dos personas, uno bajó, no entendí que me dijo, pero me obligó a darle el celular y los auriculares y se fueron como si nada. Al principio me dio mucha bronca, y aunque me duela y me de vergüenza confesarlo, si hubiera tenido la posibilidad de portar un arma, no sé cómo habría reaccionado.


A los pasos me di cuenta que la culpa la tenía la policía y las leyes de ese país. Lo que acababa de pasar no era justo, pero no sabía si, verdaderamente, la solución estaba en disparar balas o ametrallar con educación. No me detuve a pensarlo porque ya me encontraba bajo la ducha.

Una vez en la ducha me di cuenta que tenía dos shampoo´s. Uno, casi terminado, de altísima calidad que lo había encontrado en un mercado y nunca más lo pude hallar. Era de Estados Unidos y lo poco que me quedaba lo quería administrar bien. El otro era de menor calidad, aunque servía. Era de origen brasilero y lo podía encontrar en todos los mercados. Cuando vi los dos potes pensé en que sería genial volver a tener algún tipo de relación con los productores del primero. “Eso no depende de mí” pensé, aunque me equivocaba.


Me puse la ropa que había elegido a la mañana y me decidí a ir definitivamente a un centro de votación. Estaba cerca de allí, la verdad es que quería sólo votar e irme, sacarme ese compromiso, o como decía mi tío, obligación social de encima.


A la mitad del camino vi como dos niños trataban de saltar el alambre de una casa ajena. La historia en ese hogar era muy particular y no sé si cierta. Un negociante me comentó una vez que allí dos inmigrantes estadounidenses habían obligado a la inmobiliaria a que expulse a los inquilinos porque querían vivir ellos. El negocio de alquileres se negó hasta que los extranjeros pusieron más dinero y los convencieron. Desde allí los norteamericanos comenzaron a vivir en una propiedad que no le correspondía; los ex habitantes luchaban indefinidamente por recuperar lo que era suyo. La justicia se quedó siempre callada. Ahora imagino que más.


Los niños eran los nietos de los propietarios. No me detuve a tratar de hacer algo porque sabía que era totalmente en vano.


Luego de caminar unas pocas cuadras más llegué a donde tenía que votar. Busqué mi aula, preparé mi documentación, y esperé mi turno. Me senté en el piso y me apoyé sobre una pared, la fila no era muy larga pero tenía las piernas cansadas. Me llamó mucho la atención un cartel que decía: “no todo lo que pasa es casualidad… Hay cosas que dependen de vos”.


El texto se enmarcaba en un afiche de concientización sobre el bullying y cómo tratarlo, pensé que no tenía nada de sentido ni coherencia, pero algo en mi interior no dejaba de repetir esa frase.


Repasé mi día y absolutamente todo lo que me pasó. Recordé mi salida a correr, el baño, la casa, el cartel, pero lo más importante: las palabras de mi madre. La frase me hizo dudar si mi voto importaba o modificaba en algo. Me acordé del shampoo y del robo. ¿Uno entre tantos millones hará la diferencia? Traje a mi mente la charla de mis vecinas y el cartel en la fábrica.

Mi mente se ahogaba en un mar de preguntas que recién ahora tenían relevancia en mí, después de hacer un análisis de lo que, creo, vivo día a día. Comencé a cuestionarme cosas que nunca antes me hubiera imaginada y creo que fue en un acto de distracción, cuando mi dedo se fue a uno de los dos lados de la pantalla. No sé bien qué lado apreté. Me inquietó un poco no haberme dado cuenta, pero me tranquilizó el saber que más o menos, es todo lo mismo, que la mayoría de las cosas no dependían de mí, aunque nuevamente me equivocaba.

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