Por Melina Maritato
¿Cuántas veces lo que nos dijeron sobre un lugar influyó en la decisión de finalmente viajar a conocerlo? ¿Cuántas veces nos basamos en prejuicios para hablar sobre la gente de algún rincón del mundo? ¿Cuántas veces comprobamos que fueran ciertos?
Cuando se habla de los londinenses o de los ingleses en general, la mayoría quizás alguna vez escuchó o leyó que son personas muy frías. También la mayoría de los argentinos puede tener una idea negativa, arraigada en el imaginario popular de nuestro país, fruto de los conflictos que signaron la historia de ambos países. Hasta puede que, si viajamos a Londres, hayamos ido con esta idea casi aceptada o incorporada y, seguramente, nos sorprendimos al ver que no era más que un mito.
A los londinenses la mayoría de las veces los veremos apurados, caminando por la calle persiguiendo un colectivo -sus Double-deckers, por sus dos pisos- o esquivando turistas para entrar a alguna estación de subte –el famoso Tube-. Estarán casi siempre metidos en las pantallas de sus celulares o computadoras mientas viajan durante las horas pico de la mañana, leyendo algún que otro mail y preparándose para entrar a sus oficinas. Parece que están en su propio mundo cuando los veamos cruzar tan rápido el Puente de Londres, sin detenerse un momento para mirar a un costado, como cualquier turista, para observar el Puente de la Torre o la Catedral de St Paul's, a lo lejos. Hasta puede que les parezca raro ver a los extranjeros sacando fotos a la Torre Fenchurch 20, también conocida como Walkie-talkie. Para aquellos que trabajan en esa parte de Londres-llamada la City- será un inmueble más, pero para nosotros será el edificio desde el que tendremos la mejor vista de la ciudad, desde el piso Sky Garden, totalmente gratis.
Cuando llueve no les molesta. Lejos de lo que pensamos cuando nos nombran Londres, no siempre está nublado, pese a haberse ganado la fama. La mayoría de las veces son solamente algunas gotitas que nada entorpecen y, por eso, para los residentes no es un estorbo y es muy raro ver a alguno usando paraguas. Las quejas llegan desde los turistas.
Cuando cae la tarde y termina el horario de oficina las calles de Carnaby o Camden Town se llenarán de grupos que, a pesar del frío o la lluvia, irán a algún bar a disfrutar de un after office, sin dudarlo. Los londinenses son así, están en la suya, son reservados, pero no por eso son fríos. Si les queda alguna duda, sólo basta entrar a algún pub, pedirse una buena cerveza y observar. Observándolos a ellos y al funcionamiento de la ciudad, seremos capaces de ir conociéndolos y ver cómo son.
Para tomarse algún colectivo, y no gastar tantas libras en el subte, sorprende la ausencia de filas: los londinenses van llegando a la parada y esperan el próximo colectivo, anunciado en la pantalla, todos mezclados y sin ningún orden en particular. Cuando el ansiado double-decker se acerca y se detiene a su lado, es raro escuchar alguna queja por orden de llegada a la parada. Son extremadamente respetuosos, tanto que, si algún día tropezamos con alguno por nuestra culpa, seguramente el conflicto se resuelva con una disculpa mutua. Aunque no hagan filas en el colectivo, son muy organizados: en el subte es obligatorio ubicarse a la derecha de la escalera mecánica si no estás apurado, para dejarle lugar en la izquierda a quienes necesiten caminar o quizás hasta correr. No viven en su mundo sino en uno diferente al nuestro, al que no estamos acostumbrados.
Y si esto no nos alcanza para derribar el mito, lo recomendable es que se pierdan en Londres. Perderse en esta ciudad es la mejor oportunidad de vivirla, animándose a acercarse a los londinenses y pidiéndoles ayuda. La clave está en caminar y parar a la primera persona que notemos que no es turista. Londres es una ciudad enorme: casi ocho veces más grande que la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Casi no existen las calles paralelas -mayoría son en zigzag- y, por ende, no vamos a encontrar cuadras. ¿Cómo se manejan los londinenses entonces? ¿Cómo pasan direcciones? Hablan de minutos. Por ejemplo, si estuviéramos perdidos por la zona de Trafalgar Square- en frente de The National Gallery, uno de los mejores museos de arte gratuitos, donde están los Girasoles de Van Gogh- y quisiésemos ir a ver el Cambio de Guardia que se realiza en el Palacio de Buckingham- residencia de la Reina Isabel II-, un londinense nos guiaría en el tiempo: “Camine unos quince minutos por The Mall, bordeando el parque de St James”. Al preguntar direcciones, podremos comprobar que, a pesar de lidiar todos los días y todo el tiempo con los miles de turistas que visitan su ciudad, no tienen problema en ayudar.
Es muy difícil generalizarlos porque “londinense” no es sólo aquel que nació en la capital del Reino Unido, sino todos aquellos que llegaron a esta ciudad y la hicieron propia. Se estima que hoy en Londres viven unas nueve millones de personas, de las cuales un gran porcentaje está formado por inmigrantes. Inmigrantes que llegaron para descubrir en esta ciudad un ritmo de vida diferente o una esperanza de un futuro mejor. Personas que hoy son una parte viva de Londres y que no se pueden negar. Desde Argentina y España, pasando por Turquía o China. Si bien tienen orígenes diferentes, todos están unidos por una ciudad que los deja ser tal cual son.
Al llegar a Londres la primera vez todos son turistas. Las personas que hoy viven allí también lo fueron en algún momento. Una de las principales razones por las que una persona puede decidir quedarse es que en Londres nadie es juzgado por ser quien es. Los turistas son generalmente quienes se sorprenden, a pesar de estar en el siglo XXI, cuando viajan en subte y ven a una mujer vestida con tonos animal print, a un joven con pelo verde y sweater naranja, o una pareja de homosexuales besándose. En Londres no existen los prejuicios, nadie opina del otro por lo que tiene puesto o por lo que esté haciendo, los londinenses no miran raro. De hecho, en uno de los parques más famosos e importantes de la ciudad, Hyde Park, existe un rincón llamado Speakers’ Corner. Allí, desde aproximadamente el año 1800 la gente puede ir libremente a dar un discurso o armar debates. Lamentablemente desde hace algunos años, en relación con la inmigración, el terrorismo ha estado jugándole una mala pasada a la ciudad que, sin embargo, no deja de tener los brazos -y los aeropuertos- abiertos a más personas. “London is open” es un slogan que no para de verse por las calles de la ciudad.
Uno de los mayores problemas a los que se enfrentan quienes se mudan a esta ciudad son los costos. Si ya para un turista es notable el valor de la libra en comparación con el euro en otros países de Europa, para quien quiere vivir en Londres puede resultar el doble de difícil; poder tener un lugar para vivir es extremadamente caro. Generalmente, en cualquier parte de la ciudad, los inmigrantes se ven obligados a alquilar una habitación en alguna casa, que compartirán con personas que no conocen y que también vienen de otros países, para poder compartir los gastos entre todos. Como Londres se divide en zonas, los precios disminuirán, pero solo un poco, a medida que nos alejamos del centro.
Al albergar en su población a tantas porciones del planeta, Londres tiene una diversidad latente que no pasa desapercibida en ningún rincón de la ciudad, a pesar de su magnitud. El punto clave son los mercados porque, aunque sean demasiado turísticos hoy en día, no dejarán de mostrar la variedad de culturas que integran a sus ciudadanos. En mercados como el de Borough, a pasitos del Río Támesis, el de Camden y el de Brick Lane, podremos teletransportarnos a otros países con un solo bocado, desde una empanada argentina hasta falafel de Oriente Medio.
El de Brick Lane es un claro ejemplo de la multiculturalidad londinense. Se ubica en Shoreditch, una zona que antiguamente era industrial y estaba en decadencia. De hecho, el nombre del mercado, al igual que la calle donde está emplazado, se refiere a que allí se fabricaban tejas y ladrillos. Actualmente, después de haber sido renovado, es un área de tiendas vintage, bares, arte callejero, pero también el corazón de la comunidad bangladesí y bengalí de Londres, y por eso Shoreditch es también conocido como “Banglatown”. Es un rincón al este de Londres que hasta hace poco solo conocían los londinenses pero que actualmente ya recibe la visita de muchos turistas que se ven cautivados por lo diferente que es la ciudad en aquella parte, donde la presencia de inmigrantes se nota en cada esquina, al leer los carteles en bengalí y probar el mejor curry de la India.
En la actualidad, lamentablemente, en estos mercados es en donde más se siente el miedo a lo que pueda ocurrir si se vota a favor del Brexit. Sienten que el acuerdo logrado con Bruselas por la Primer Ministro, Theresa May, no debe ser aceptado por el Parlamento y que la única solución posible es volver a votar. Las personas que trabajan en estos mercados no saben qué ocurrirá con sus puestos si el Brexit se efectiviza, aunque por supuesto hay quienes están a favor y quienes están en contra de que el Reino Unido abandone la Unión Europea.
Londinense puede ser un inglés de Brighton que desde su infancia soñó con estudiar en la capital. Londinense puede ser también un español que quería aprender inglés, viajó a Londres a estudiar, se enamoró de la ciudad y se quedó, o un argentino que quería probar suerte en Europa y al pisar Londres no quiso moverse nunca más. Puede serlo un musulmán que encontró una mejor forma de vida en Occidente, en una ciudad en la que cada persona puede vestir lo que quiera o lo que su religión le permita, porque todos son vistos como iguales y nadie, realmente nadie, lo mirará raro. Hasta los romanos amaron esta ciudad que en ese momento llamaron Londinium. Las costumbres de cada extranjero le dan ese toque especial a los londinenses que, lejos de ser fríos, invitan a que uno se enamore de ellos y de esta ciudad. Una de las cosas más lindas y enriquecedoras de viajar es poder sorprendernos, formar nuestras propias ideas y opiniones, dejar de viralizar mitos, y conocer verdaderamente al local.
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