Por Valentín Fernández Michelini | @fm_valentin
Muchas veces decimos que estamos a años luz del fútbol europeo. Otras tantas, lo tratamos de empañar aludiendo a que en ninguna parte del mundo la pelota rueda con la pasión y el color de las hinchadas que existe en nuestro continente. Pero la verdadera diferencia entre el fútbol de aquí y de allá, va más allá de los millones de dólares: radica en lo nefasto de nuestra organización, regida por la Conmebol.
Tomando como ejemplo a las competencias de Europa e intentando en cierto punto querer imitarlas, en el último tiempo se tomaron dos medidas que cambiaron el mapa de nuestras competencias. La primera fue determinar que la Copa Libertadores y la Copa Sudamericana –las dos más importantes de nuestro fútbol-, se disputen con un calendario anual, algo que pareció un acierto, dado que los diversos elencos tienen mucha competencia local semana a semana y les resultaba muy difícil mantener una competitividad en todos los frentes, algo que parece más manejable con la disponibilidad de un calendario más laxo. La otra, se anunció este año y parece no tener en cuenta al hincha de los clubes, ese que sueña con ir a su estadio, a su casa, a ver al equipo de sus amores jugar una final intercontinental. Así las cosas, el histórico Boca-River por el que estamos pasando será la última llave definitoria que tendrá ida y vuelta, puesto que a partir de la siguiente edición la Libertadores se definirá en estadio neutral a partido único. Los traslados, distancias y la situación económica hacen difícil ver el éxito que tiene en Europa esta modalidad.
Pero el mal accionar de la Conmebol va mucho más allá de si la final del año que viene –con sede en Santiago de Chile confirmada- se defina en uno o dos partidos. La entidad tuvo un 2018 para el olvido y dejó al desnudo todas sus complicaciones organizativas.
A tres años del Boca-River que se definió con pasaje a cuartos de final para el Millonario por el episodio del gas pimienta, la época de “escritorios” tuvo su versión arrasadora en estos meses. A fines de julio, se empezaron a descubrir casos de jugadores que acarreaban suspensiones sin saberlo y que pisaron el campo cuando estaban inhabilitados para hacerlo. El primer caso sucedió en la serie de Sudamericana entre San Lorenzo de Almagro y Deportes Temuco de Chile, cuando la mala inclusión de Jonathan Requena en la ida hizo que el resultado de 2-1 a favor de los trasandinos se convierta en un 3-0 para el Ciclón, que cerró la fase en Chile bajo una hostilidad pocas veces vista.
Menos de un mes después, Independiente igualó en Avellaneda 0-0 con Santos de Brasil por los octavos de final de la Libertadores, pero reclamó los puntos por la presencia en cancha del uruguayo Carlos Sánchez, que debía una fecha de un Huracán-River de semifinales de Sudamericana 2015. El fallo salió recién el mismo día que jugaron el partido de vuelta y el 3-0 a favor del Rojo decantó la serie, pese a que desde Brasil explicaban que en la base oficial donde se registran todas las sanciones el jugador aparecía habilitado.
Con River y Bruno Zuculini el resultado fue diferente. El ex Racing debía dos fechas de suspensión de su paso por la Academia y ya había jugado la fase de grupos, pero ante el pedido del partido que elevó Racing luego del 0-0 en la ida por los octavos de final también de Libertadores, Conmebol admitió que fue un error propio y mantuvo el resultado en cancha también porque los de Avellaneda no reclamaron dentro de las 24 horas posteriores al encuentro.
Para terminar de meter a los grandes en el tema, Boca no fue ajeno al caso, aunque actuó con precaución y evitó un problema mayor. Aprovechando también cierto problema físico, el Xeneize dejó fuera de los concentrados a Ramón Wanchope Ábila del duelo de ida de cuartos de final ante Cruzeiro, por la incertidumbre de saber si debía una sanción de su paso por Huracán. Había sido expulsado con tres fechas de suspensión en la vuelta de la final de la Sudamericana 2015 ante Independiente Santa Fe, pero la amnistía del 2016 hizo que su sanción se reduzca a la mitad, por lo que le quedaba cumplir una fecha y media. El atacante cumplió una fecha, y ante la duda de no haber completado la sanción en sus pasos por el Globo y Cruzeiro, Boca lo mantuvo al margen por la incertidumbre y desconfianza que percibía en Conmebol.
Pero no sólo por la falta de información sobre los jugadores mal incluidos fue polémico el accionar del ente que regula al fútbol sudamericano. Con Marcelo Gallardo suspendido en la vuelta de semifinales ante Gremio, el elenco de Porto Alegre usó el hecho de que el entrenador de River bajó a dar la charla técnica en el entretiempo –algo para lo que estaba imposibilitado-, para reclamar el pase a la final que no había conseguido en la cancha. De ahí a que Conmebol decidió no tomar el pedido se empezaron a definir las fechas de la definición del torneo. Hubo varias idas y vueltas: primero las finales iban a ser los miércoles 7 y 28 y después se terminó determinando que se juegue en dos sábados, el 10 y el 24 a la tarde, con toda la rareza que eso implica en un torneo que su esencia radica en los escenarios de noche y entresemana. Para colmo, cuando se anunciaron las fechas se puso el asterisco en que se tenía que dar a conocer todavía la respuesta del fallo de Gremio. Días después de eliminar a Palmeiras, Boca todavía no sabía con quien se iba a enfrentar.
Ahora, con la lluvia del sábado, la Conmebol tardó una eternidad en decidir si se jugaba o no la ida de Boca-River, aún con el conocimiento de cómo seguiría el tiempo en las horas siguientes en la ciudad de Buenos Aires y el estado del campo de juego. Primero se iba a resolver al mediodía, después a las 13, después a las 13:30, después a las 15, a las 15:30… La final que coqueteó con pasarse para un par de horas más tarde se terminó jugando el domingo a las 16 y el duelo fue ratificado para esa hora recién a la mañana siguiente, cuando el diluvio dio respiro.
Todo este sinfín de errores organizativos nos hace recordar alguna que otra decisión polémica de la Conmebol que afectó a equipos argentinos, como la del gas pimienta en 2015 o la que protagonizaron Tigre y San Pablo en la final de la Sudamericana 2012. En el entretiempo, los jugadores del Matador fueron agredidos y amenazados con armas de fuego y se negaron a continuar compitiendo en el complemento. Se denunció que un policía le puso un arma en el pecho al arquero Damián Albil, entre otras cosas. Conmebol no esperó a decidirlo en la semana y con la Unidad Disciplinaria, o a tardar tanto como con los fallos de Independiente y Gremio. En el mismo entretiempo agarró la copa y se la entregó al San Pablo, que iba ganando 2-0.
El presidente de Tigre en aquel entonces, Rodrigo Molinos –hoy presidente del bloque de Concejales del Frente Renovardor de allí- recordó con Lagartopia aquel episodio: “La sensación que me dejó esa final fue de una gran injusticia. Sufrimos agresiones de dirigentes y barras bravas de San Pablo, con una Conmebol que estaba muy sospechada. Eso quedó demostrado porque después fueron todos presos, incluso el ex presidente Nicolás Leoz (cayó en el escándalo del FIFA Gate). Realmente fue una vergüenza lo que vivimos y se tendría que haber tomado una medida ejemplar, castigando a San Pablo con la pérdida de los puntos y dándonos a nosotros el campeonato”, afirma.
Luego de definir a los dirigentes como nefastos, Molinos considera que estamos a “años luz” de torneos como la Champions League por distintas determinaciones que ven la luz del día, como los partidos que se perdieron por mala inclusión de jugadores o el poco afinado uso del VAR. “Ojalá se mejore y la Conmebol organice campeonatos a la altura del fútbol sudamericano, que tiene una potencia futbolística tan grande como la europea”, cerró la nota.
Análisis finalizado, no podemos engañarnos: que la espectacularidad de ver un Boca-River en una final de Libertadores no tape lo que es la Conmebol. Lo que es nuestro fútbol. Por más que duela, es injusto y un total desperdicio de potencial.
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