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“Me cuesta mucho separarme de que yo pude estar en la ESMA”

Foto del escritor: LagartopiaLagartopia

Por Tomás Onorato | @Onorato_Tomas


Entrevista a Silvia De La Plaza

La vida de la profesora recién jubilada Silvia De La Plaza se divide en dos ciudades: Neuquén, donde estudió, se enamoró y empezó a formar una familia, y Luján, donde creció, asistió a la universidad y, también, vivió la última dictadura militar. El golpe de Estado de 1976 la encontró en la adolescencia, durante sus estudios universitarios, y le quitó su carrera y a sus seres amados, marcando grandes rasgos en su forma de ver las cosas.



Silvia, sin miedo a revivir esos recuerdos, frunce el ceño con indignación cuando habla de las contradicciones que veía a su alrededor: “Había gente que yo consideraba valiosa que festejaba el golpe”. En 1980, de la mano del dictador Rafael Videla, la Universidad Nacional de Luján (UNLu) fue cerrada tras cuatro años de intervenciones. Este hecho significó una cicatriz en la memoria de muchos estudiantes que, como Silvia, debieron rehacer su carrera, sin dejar de denunciar la injusticia. Entre mates y llamados de atención a su perro, despotricado porque hay un desconocido en el patio, Silvia se detiene tres o cuatro veces para reflexionar y llegar a la conclusión de que el descuido de la educación fue un “pecado capital” del Proceso de Reorganización Nacional. Rápidamente, lo asocia, preocupada, con la actual situación entre el gobierno y los maestros y docentes universitarios.


-Tenías 19 años cuando la Junta Militar tomó el poder.

-Estaba en la universidad y trabajaba como maestra. Ambas ocupaciones me hicieron notar la magnitud de la censura. En la facultad, habíamos hecho un trabajo práctico para tratar el pensamiento de la Junta y el de la gente, pero no nos dejaron mostrarlo porque había mucha propaganda de lo que en ese momento se decía el gobierno. El día del golpe, reflotando recuerdos muy sensibles, fue contradictorio. Gente muy querida se apareció en casa festejando. La situación del Estado se sentía realmente agobiante, sumado a toda la última etapa del gobierno de Isabel Perón. No solo había un problema económico, había persecución ideológica. Entonces supongo que por esa razón festejaban. Al principio, yo seguí la autocensura por precaución: no había que expresarse mucho, nos rodeaba un miedo que se contagiaba sin nombrarlo. A medida que fue pasando el tiempo, escuchando todo lo que era el estado de sitio, entendí realmente que estaba en una dictadura… o al menos eso creía. No se podía hablar en grupos: en un asado quise contar que en la época anterior habían llevado preso a mi tío y a un primo y mi papá me mandó afuera. Por poco no me mata. Me dijo: ‘Vos no sabes quién te puede estar escuchando’. Papá evidentemente tenía más conciencia que yo de la gravedad que significa una persecución ideológica.


Pintada en una de las paredes de la UNLu en recuerdo de los años de la Dictadura.

-Tres años después, la UNLu fue cerrada.

-Desde el 76, abundaban rumores en Luján -ventajas de una ciudad chica- sobre el cierre de la UNLu. La universidad fue intervenida, primero, por el teniente coronel Jorge Alberto Maríncola, bajo órdenes del ministro de Educación, Juan Rafael Llerena Amadeo. Llerena Amadeo argumentaba la existencia de actividad subversiva en la facultad. En el primer encuentro entre Maríncola y el rector de la institución, Emilio Mignone, el militar le preguntó: ‘¿Dónde están las armas?’, a lo que el director respondió señalando los libros. Inmediatamente, Maríncola y sus secuaces, que no entendieron la ironía, registraron y quemaron la biblioteca. El 20 de diciembre de 1979, Llerena Amadeo habló por Cadena Nacional a todo el país para anunciar el cierre de la Universidad de Luján, la única cerrada por la dictadura. Pudimos escuchar el discurso con las radios de los autos en el estacionamiento de la facultad. Muchos chicos lloraban porque eran realmente muchas mentiras las que se decían para justificar el cierre. Entonces, entre alumnos y profesores de diferentes carreras tomamos la universidad y nos organizamos para defenderla. Los profesores nos orientaban y nos decían que no podíamos criticar a ninguno de los tres comandantes en jefe. Nuestra consigna fue: ‘Orgullosos de nuestra universidad’. Entre otras manifestaciones, fuimos a Plaza de Mayo, entrevistamos a eminencias como Jorge Luis Borges e hicimos una huelga de hambre en las escalinatas de la Basílica, que, obviamente, nos cerró las puertas. Después de la dictadura logré unir que lo que la apertura de las importaciones tenía que ver con el cierre de mi universidad.


-La facultad fue reabierta de la mano de Raúl Alfonsín. ¿Pudiste retomar tus estudios después de 4 años de suspenso?

-Con mi carrera suspendida, terminé el profesorado en Neuquén, donde conocí a mi marido. Previamente, había salido con Nano Balbó, un funcionario a cargo de la alfabetización en Neuquén. En el 76, desaparecieron la gran mayoría de los encargados. A pesar de no haber sido desaparecido, Nano fue capturado, luego torturado hasta quedar sordo, para finalmente exiliarse a Italia con la ayuda del obispo de Neuquén.


En mis casi 40 años como maestra y profesora, me ví batallando con el peligro que significó la lucha por mi educación. Durante un tiempo no abordé el tema, en parte, por mi cercanía con historias como la de Nano, personas muy queridas desaparecidas, capturadas o torturadas. Una vez llevé a mis alumnos a recorrer la ESMA y después estuve descompuesta dos días. Me cuesta mucho, a nivel personal, separarme de que yo pude haber estado ahí. Por su parte, la UNLu retomó sus características tan particulares, y que le costaron su cierre: ingresos para personas sin estudios secundarios, fuertes avances educativos en materia regional, intensa participación del alumnado, entre otras.

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