Por Luciana Panizza | @LucianaPanizza1
Aunque solo haya sido retratada ella, la historia de esta foto tiene dos protagonistas. El primero, oriundo de un pequeño pueblo de Canadá en las afueras de Toronto, era por entonces un joven fotógrafo de 27 años: Douglas Kirkland. La otra, el símbolo de sensualidad y belleza femenina por excelencia: Norma Jeane Mortenson, el verdadero nombre de Marilyn Monroe.
Todo sucedió hace casi 57 años, una noche lluviosa de noviembre de 1961. Kirkland estaba haciendo sus primeras incursiones en el mundo de la fotografía. Llegó a un estudio en Los Ángeles con el fin de retratar a Monroe para la edición aniversario número 25 de la revista Look. El objetivo de la velada era fotografiarla de la forma más sensual posible. Conseguir algo osado, algo nuevo. Un factor que mejorara un poco la figura de la actriz, quien venía teniendo un año alterado: recientemente divorciada de Arthur Miller, su popularidad por esos días iba en descenso luego de malas críticas hacia sus últimos filmes y debido a su estado de salud, ya que en febrero de ese año se había internado en una clínica psiquiátrica.
Esa noche, fotógrafo y modelo se embarcaron en un proyecto signado por la seducción. El resultado catapultó a Kirkland a la fama y terminó de consolidar a Marilyn como el ícono de belleza y sensualidad que sigue siendo hasta el día de hoy.
Las experiencias vividas durante el encuentro que mantuvieron esa noche quedaron inmortalizadas en With Marilyn: An Evening/1961 (Con Marilyn: Una Noche/1961) escrito por el propio fotógrafo. En él, Kirkland confiesa que contrariamente a lo que la mayoría podría pensar, fue la actriz quien le propuso posar en una cama deshecha, solamente tapada por una sábana blanca de seda. Antes, habían probado unas tomas con Marilyn luciendo un vestido, pero ella lo descartó rápidamente, alegando que no se sentía cómoda. Por otro lado, el fotógrafo rememora que las tomas no fueron producto de sus directivas, sino de lo que iba surgiendo espontáneamente mientras charlaba con la diva, tomaban champagne Dom Pérignon y escuchaban a Frank Sinatra.
La tensión instalada entre los protagonistas de esta historia, producto en gran parte de la sensualidad que emanaba Marilyn, iba creciendo a medida que las fotos iban pasando y las poses cambiando, pero todo alcanzó su máximo auge cuando la actriz pidió que se retiraran todos los asistentes y la dejaran sola con el fotógrafo.
La fantasía adolescente de Kirkland se cumplió esa noche: estaba solo, fotografiando a Marilyn Monroe desnuda. Las tomas finales, así como las fotografías que inmortalizaron el backstage de la sesión, son un un fiel reflejo del deseo sexual y el juego de seducción que signaron aquel encuentro, canalizados totalmente en la cámara.
Sin embargo, en su libro Kirkland hace hincapié en que por debajo de su actitud seductora Marilyn dejaba entrever su estado depresivo, afección contra la que venía luchando desde hace tiempo.
Lamentablemente, la actriz falleció ocho meses después de posar para esas fotos, de una sobredosis de barbitúricos. Ese día, Kirland se encontraba en París, trabajando con Coco Chanel. Cuando leyó el titular que rezaba “Marilyn est morte” (Marilyn ha muerto) el fotógrafo no lo podía creer, no entendía cómo era que estaban publicando que su Marilyn ya no estaba más.
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