Por Julia Maestri (@JuliMaestri) y Martina Mongelluzzo (@marrmonge)
Presidentes de América del Sur y la corrupción son dos conceptos que muchas veces se ven puestos en una misma oración en las noticias. ¿Hasta cuándo un hecho que se repite en múltiples ocasiones es pura coincidencia? ¿En qué momento el azar es dejado de lado para empezar a considerar las causas de fondo? Pareciera ser que en esta región, los jefes de Estado y sus prácticas ilegales van más allá de un juego del destino.
Desde países territorialmente grandes, a aquellos que ocupan pequeños lugares en el mapa. De izquierda a derecha y de derecha a izquierda. Los casos abundan más allá de cualquier latitud y período, y la sociedad parece sorprenderse cada vez menos cuando un mandatario se ve involucrado en causas de corrupción.
BRASIL: UN MAL QUE SUCEDE A OTRO
Sin tener en cuenta las ideologías partidarias, hay realidades que son innegables. Y, quizás, el caso más resonante, por peso del país a nivel regional y mundial, y por el desenlace, fue la destitución en 2016 de la ex presidenta de Brasil, Dilma Roussef, tras un juicio político en su contra.
La ex funcionaria fue separada de su cargo al ser acusada de crímenes de responsabilidad, ya que violó normas fiscales “maquillando” el déficit presupuestal. Sin embargo, estas mismas maniobras ya se habían utilizado en gobiernos anteriores que sí pudieron finalizar sus mandatos. Paralelamente, su campaña electoral se vio envuelta en el escándalo de Petrobras, luego de que la campaña de reelección presidencial en 2014 recibiera dinero desviado de la petrolera estatal.
A pesar de que Brasil limpiara a su presidenta corrupta de la escena política, quien asumió en su lugar no fue ajeno a las maniobras poco claras. Michel Temer, ex vicepresidente, tomó las riendas del país y pregonó una transparencia que no pudo sostener con el paso del tiempo: la Policía Federal de Brasil pidió investigar al actual mandatario por corrupción pasiva y lavado de dinero. La causa investiga el pago de 10 millones de reales por Odebrecht, al Movimiento Democrático Brasileño, el partido de Temer, para su campaña electoral de 2014, en la cual se presentó como vicepresidente de Rousseff.
ARGENTINA: EL FLAGELO DE NUNCA ACABAR
Si bien a diferencia de su par brasileña, la ex presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, sí pudo finalizar su mandato, eso no impidió que se abran causas en su contra: Hotesur, Los Sauces, La Ruta del Dinero K, Dolar Futuro, son algunos de los hechos que la involucran. El año que viene la ex presidenta irá a juicio oral por la "causa Vialidad", en la que se encuentra implicada debido a irregularidades de obras públicas viales al Grupo Austral en la provincia de Santa Cruz. Pero, además, su sucesor, el presidente Mauricio Macri, también fue investigado por presuntos hechos corruptos.
Además de aparecer en el directorio de una empresa offshore en Panamá, el Jefe de Estado fue acusado de beneficiar al Grupo Macri con la adjudicación de rutas aéreas a la aerolínea colombiana Avianca. Asimismo, un conflicto de intereses acecha de cerca al presidente en la causa Correo Argentino, en la cual le perdonó a la empresa de su padre, Franco Macri, una deuda de casi 70 mil millones de pesos.
¿EL POPULISMO TIENE LA CULPA?
Los casos de Brasil y Argentina sirven como ejemplos para preguntarse por qué gobiernos corruptos son sucedidos por otros que, si bien tienen otras características, también lo son.
Para la Magister en Derecho de la Universidad de Yale Natalia Volosín, “la corrupción no es la enfermedad, sino el síntoma de distintas crisis institucionales”. Según explica, estos dos países comparten características muy similares: tienen una gran concentración de poder y son sistemas cerrados, verticalistas y autoritarios, que tienen inestabilidad política. “Uno de los factores que más se incluye en la corrupción es el sistema presidencialista, porque el presidente puede disponer de una enorme cantidad de recursos y fondos públicos”, sostiene.
¿Y entonces? El analista y politólogo internacional Julián Schvindlerman lo explica: “Cuando una persona acumula mucho poder, suele sentirse impune, y cree que puede hacer lo que quiera”.
Casos como Nicolás Maduro en Venezuela, Cristina Fernández de Kirchner en Argentina o Evo Morales en Bolivia parecerían indicar que determinados gobiernos sudamericanos, de tipo izquierdista y populista son el germen de la corrupción que acecha a la región hoy en día. Sin embargo, Schvindlerman opina que “si bien la práctica ha demostrado que sí, en teoría no debería ser así” ya que “la corrupción que no está vinculada a ideologías de derecha o izquierda, populistas o capitalistas”. Sino que, por el contrario, “tiene que ver con la conducta ética, independientemente de la ideología política o económica, de la persona que es corrupta”
Finalmente agrega: “Hubo gobiernos que fueron pro-mercado que también fueron corruptos, entonces yo no veo una relación directa entre populismo y corrupción”.
¿QUÉ PASA CON LOS QUE NO SE DEJAN CORROMPER?
Existen países como Uruguay y Chile que se destacan por su bajo nivel de corrupción, según el Índice de Percepción de Corrupción (IPC). Están en el puesto 23 y 26, respectivamente, alejados de muchos de sus países vecinos como Bolivia (112), Paraguay (135) y Perú (96).
Y si bien tanto Chile como Uruguay limitan con otras naciones expuestas a altos niveles de corrupción, han logrado diferenciarse. Además, forman parte de distintos acuerdos comerciales y políticos que los han conectado con el mundo. Como, por ejemplo, el Tratado de Libre Comercio entre Chile y Estados Unidos.
Volosín señala que esta diferencia en el IPC se da debido a diversas causas: “Son países unitarios que tienen sistemas distintos, con más controles y mercados más abiertos”. Schvindlerman, por su parte, sostiene que un bajo IPC tiene que ver con una “cultura del trabajo muy arraigada” y que hay “proyectos políticos que van más allá de los signos de derecha o izquierda, independientes del color del gobierno, que saben para donde van”.
¿CÓMO PONERLE PUNTO FINAL?
Volosín reflexiona, con un halo de resignación: “¿Hay alguien que no sea corrupto?”. La abogada explica que, por ejemplo, a la Justicia argentina, le toma 14 años, en promedio, terminar un caso de corrupción con una condena firme. Y, en general, las causas avanzan cuando los funcionarios ya no están en el poder. “Es decir que los jueces se manejan según los vientos políticos”, enfatiza. Además, subraya que “votar a alguien que pensemos que no es corrupto no cambia en nada, si lo que es corrupto en sí es el sistema”.
Asimismo, el politólogo especialista en asuntos internacionales Julio Burdman, concuerda con Volosín y declara que “es muy difícil resolver la problemática de la corrupción porque no es solamente un asunto político, sino que hay todo un sistema muy extendido que hace negocios a costas del Estado”. ¿Y entonces cuál es la verdadera cura? Según Burdman, “la solución tiene que ver con estados más profesionales, mecanismos más transparentes y organismos de control que sean verdaderamente diferentes del poder político”.
Por último, Schvindlerman, entra en escena a un actor que, hasta ahora, no había sido mencionado: la sociedad. “Es descabellado pensar que la población no influye en la corrupción porque, más allá de lo que hace el Gobierno, hay empresas y personas corruptas en el día a día”.
Pareciera ser que no importa el idioma que se hable, el posicionamiento que se tenga, las ideologías que se defiendan. La corrupción aqueja a todos, de derecha a izquierda y de arriba a abajo. A los políticos, a los empresarios y a la población compun. Volosín sintetiza que es “un mal multicausal”, ya que participan múltiples factores como el tipo de mercado, las políticas que se defiendan, el tipo de sistema, y, por qué no también, la conformación de la sociedad.
Comments